Cuentos

Casi reptil

Está demacrada, casi reptil, pero tiene una esencia volátil que muchos atribuyen a su perfume y que, gracias a ella, resulta irresistible en días de lluvia. Se podría decir que la sensación que ella produce es similar a la que sentiría un perro en una perfumería húmeda. Él se siente subir el volumen con la primera mirada que ella le concede, y advierte, no sin cierta desconfianza, que tras la mujer, que acababa de entrar en su pajarería, las aves comienzan a desestabilizarse de sus apoyaderos.

A causa de esto, la conversación que tiene lugar entre ello es breve, pero les va a servir para afianzar lo que está a punto de convertirse en una relación como la tierra en grumos.

-Para nunca acabar se le ve bastante bien- afirma ella primero.
-Sin embargo, no parece que guarde lugar alguno a la salida del sol- contesta él, dejando algo indiferente a la chica, que casi muge.

Utilizan una serie de códigos atmosféricos para comunicarse, los mismos que tradicionalmente enseñan en la región a los infantes, y sirven para mantener las distancias mientras se evalúan mutuamente.

-El único problema es que estos animales parecen derretirse por momentos.

Y es verdad, los loros, avestruces, pitirrojos y demás aves se reblandecen progresivamente al fondo de la tienda, goteando poco a poco y creando curiosos efectos de colores en el suelo de las jaulas.

Luego de esto, ella sale de la tienda andando hacia atrás, para no dejar de mirar al dependiente, que no sabe si ese comportamiento se debe a la desconfianza o a la admiración. Cuando al fin sale del todo, lo primero que él hace es asomarse por la puerta de cristal para quedar seguro de que la mujer caoba cruza la calle sin más problemas de los que pueda ocasionarle, en un momento dado, en un perro o grupo de perros que la persigan embriagados por su indescriptible olor y que luego, uno a uno, comiencen un suicidio reiterado arrojándose al mar. Al ver que la chica cruza sin sobresaltos, el dependiente vuelve a la trastienda.

La causa de la breve visita de la mujer reptil es que, desde hace tiempo, esta pajarería ha ganado fama de narcótico. Todo el que permanece más de dos minutos dentro hace que los animales se pongan nerviosos y, al derretirse, emanen una serie de gases que vuelven el cerebro humano del revés. Además, desde hace prácticamente dos años, no vende pájaro alguno ya que, fuera del establecimiento, no sólo no emanan los gases estupefacientes sino que, pasado un mes, los pobres animales mueren irremediablemente.

El periódico local dijo de la tienda que “se trata de un antro de convicciones inusuales que arraigan en el cerebro del viandante perdido para extenderse luego por todo el centro nervioso y acuartelar la lógica aplastante que reina en los libros intelectuales”.

Volviendo a la chica, diremos que tras cruzar la calle, al mismo tiempo que el dependiente vuelve a la trastienda, ella se apoya en la pared rota de un edificio de ladrillo podrido. Encandilando la materia inerte al roce de sus ropas, el ladrillo de torna blando, la argamasa desaparece y dos guardias de seguridad que por allí rondaban mueren en el acto. Tras el momento de gloria infinita y privada su cerebro vuelve a su situación natural y la chica, envuelta en frío, vuelve a encaminar sus pasos hacia la tienda de pájaros. Asomándose se asegura de que el dependiente no está en el mostrador y decide sorprenderlo por la puerta trasera, la que da a la trastienda donde el chico, seguramente, estará contando las plumas que le faltan para su plan de huida.

Llaman a la puerta y el sonido hueco suena a carcajada de muerto por culpa de las termitas y la madera podrida de la puerta. El óxido del pomo salta en forma de pequeñas lascas en la mano del chaval que abre la puerta y antes de que pueda llegar siquiera a soltar el pomo, la chica agarra con fuerza el brazo que le permite la entrada. Él se siente incómodo y glorioso, la mujer sin dejar de apretar vivamente su brazo se adentra en el local de la trastienda y chupa las lascas de óxido de la mano y las uñas del joven. Ella envejece y él gime. La piel ya arrugada de la mujer emana atmósferas celestes que impregnan la cara del niño y pronto aparece la sangre. De forma anciana se agazapa y recoge del suelo al bebé que abre sin dulzura las cuencas de los ojos y simplemente mira.

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